Jaime Suárez y las Golondrinas. Escrito por Jorge Uribe Navarrete y publicado en La Nación los primeros días de noviembre de 1993. Jorge falleció en enero de 2008 y vaya mi homenaje para ti a 15 años de tus palabras.
Jaime Suárez y las Golondrinas
Atípico fue el funeral de Jaime Suárez Bastidas el sábado pasado, en el Cementerio Metropolitano, A los sones mágicos del tradicional cántico mexicano de despedida –Las Golondrinas- sus restos se reunieron con los de su amada.
Lo conocí en 1969, en medio de los avatares de la campaña de Salvador Allende. Trabajé como su subordinado cuando fue el primer Ministro Secretario General de Gobierno de la Unidad Popular. Pronto se fue al cargo de Ministro del Interior. En 1973 ya era Senador de la República.
Y comenzó la gran sequía. Jaime salió del país amparado por la generosa protección del Perú. Luego, cumpliendo funciones encargadas por el Partido Socialista, vivió en Moscú y en Berlín.
A la postre fue a México, nación en la que fue feliz al grado que su afecto por ese país se transformó en pasión. Y allí nos hicimos amigos, atizonados por las nostalgias de la patria lejana y postrada, afecto que renovamos tras el retorno.
Apenas unos días antes de morir me llamó para instarme a leer un artículo que había escrito en LA NACION, en el que se refirió a ese “amate vegetal” que es la geografía mexicana, un fundido de colores que penetra en el alma.
En unos de loa párrafos, Suárez recordaba la vieja leyenda mexicana que señala que por las noches, en algunas solitarias campiñas del Estado de Morelos, cuando el viento se cuela entre los árboles, se escucha el galopar del caballo de Emiliano Zapata, que continúa en su lucha por corregir las injusticias sociales.
En un ramalazo de rebeldía, Jaime apuntaba que ese mismo caballo debería seguir cabalgando… pero en Chile, básicamente por las pobladas calles de San Miguel.
En trasnochadas conversaciones rememoramos muchas veces los últimos lustros de nuestro Partido Socialista, en el que compartimos años de esperanzas y luchas, triunfo y emoción, derrota y persecución, para arribar después hasta esos opacos, insaboros, incoloros.
¡Por qué no habré aprovechado más la sabiduría del maestro!
Nunca lo sabré, aunque el pasado sábado intuí, cuando escuchaba a los mariachis cantar sobre su tumba, que me será difícil olvidarlo.
Jaime Suárez y las Golondrinas
Atípico fue el funeral de Jaime Suárez Bastidas el sábado pasado, en el Cementerio Metropolitano, A los sones mágicos del tradicional cántico mexicano de despedida –Las Golondrinas- sus restos se reunieron con los de su amada.
Lo conocí en 1969, en medio de los avatares de la campaña de Salvador Allende. Trabajé como su subordinado cuando fue el primer Ministro Secretario General de Gobierno de la Unidad Popular. Pronto se fue al cargo de Ministro del Interior. En 1973 ya era Senador de la República.
Y comenzó la gran sequía. Jaime salió del país amparado por la generosa protección del Perú. Luego, cumpliendo funciones encargadas por el Partido Socialista, vivió en Moscú y en Berlín.
A la postre fue a México, nación en la que fue feliz al grado que su afecto por ese país se transformó en pasión. Y allí nos hicimos amigos, atizonados por las nostalgias de la patria lejana y postrada, afecto que renovamos tras el retorno.
Apenas unos días antes de morir me llamó para instarme a leer un artículo que había escrito en LA NACION, en el que se refirió a ese “amate vegetal” que es la geografía mexicana, un fundido de colores que penetra en el alma.
En unos de loa párrafos, Suárez recordaba la vieja leyenda mexicana que señala que por las noches, en algunas solitarias campiñas del Estado de Morelos, cuando el viento se cuela entre los árboles, se escucha el galopar del caballo de Emiliano Zapata, que continúa en su lucha por corregir las injusticias sociales.
En un ramalazo de rebeldía, Jaime apuntaba que ese mismo caballo debería seguir cabalgando… pero en Chile, básicamente por las pobladas calles de San Miguel.
En trasnochadas conversaciones rememoramos muchas veces los últimos lustros de nuestro Partido Socialista, en el que compartimos años de esperanzas y luchas, triunfo y emoción, derrota y persecución, para arribar después hasta esos opacos, insaboros, incoloros.
¡Por qué no habré aprovechado más la sabiduría del maestro!
Nunca lo sabré, aunque el pasado sábado intuí, cuando escuchaba a los mariachis cantar sobre su tumba, que me será difícil olvidarlo.