Debe haber sido fines de febrero, principios de marzo de 1974 caminando por las calles de Miraflores, en Lima, con nuestras penas y dolores en la mochila. De repente mi padre saluda con mucho afecto y emoción al actor Anibal Reyna. Una mujer muy bella y de mirada dulce lo acompañaba, era Eliana. Al poco conversar ella se entera que nosotros estamos en vísperas de viajar a Moscú, a la Unión Soviética, y nos cuenta que su hijo Joaquín estudia violín allá. La verdad que nosotros no teníamos muy claro nuestro destino, solo que nos trasladábamos al vaticano de los comunistas. A la dulce mirada y sencilla solicitud maternal que recibí, era imposible decir que no. A su hijo le gustaban mucho las paltas, así que recibí cual tesoro un par de paltas y un cutex para su polola rusa.
Las paltas no las solté nunca, siempre estuvieron conmigo –al menos si hubiera sido un viaje directo- pero no, fue a través de Ámsterdam, donde los dos días que estuvimos aprovechamos de conocer la casa de Anna Frank, hacer el tradicional viaje en barco y por supuesto “vitrinear”.
Finalmente, llegamos a destino y por supuesto que lo primero que hice fue tratar de ubicar al destinatario de tan valioso cargamento. Debo reconocer que solo mi ingenuidad hizo me dedicara al “contrabando” de paltas, pero por otro lado reconozco que volvería a hacerlo. Surgió una amistad profunda que ha trascendido geografías, bemoles y revoluciones sociales e interiores.
Un día domingo, en plena clandestinidad en los años 80, fui a comprar el diario y de repente mis ojos se detuvieron en un suplemento. Quedé atrapada por su portada: el valle del Elqui de fondo y un joven rubio, de túnica blanca, de pelo muy largo, con sus ojos azules mirando la eternidad. Me interesaban las noticias políticas, sin embargo no lograba concentrarme en ver los titulares de los otros diarios. Seguía pensando en la foto me recordaba tanto a mi amigo Joaquín, pero el Juaco usaba el pelo corto, se vestía formalmente y, por otro lado, yo a él lo hacía a miles de kilómetros de nuestro chilito. La curiosidad pudo más y finalmente compré el diario (una de las pocas veces que he comprado LUN). Llegué al lugar en el que estaba viviendo, ávida por leer el suplemento, pues si no estaba alucinando era mí amigo, el de las paltas, el del violín, el joven socialista de Moscú. Me devoré el artículo, supe de su nueva filosofía de vida y lo más importante: en los próximos días daría un concierto con Roberto Bravo en el Teatro Oriente. En sala, miraba a los asistentes y me sentía distante de ese mundo. Fue un bello concierto, y al término el reencuentro el abrazo profundo de dos amigos que no se han visto durante años. Me tomó la mano y dijo: “Vamos, ahora no te escapas tan fácilmente”. Partí de arroz graneado. Era un encuentro entre amigos después del concierto. Recuerdo que estaban Roberto Bravo, Sonia Viveros, Eduardo Yáñez y mucha más gente, que no conocía. No tengo claro en qué momento me sentí más en corral ajeno: en la reunión o en el concierto.
Las paltas no las solté nunca, siempre estuvieron conmigo –al menos si hubiera sido un viaje directo- pero no, fue a través de Ámsterdam, donde los dos días que estuvimos aprovechamos de conocer la casa de Anna Frank, hacer el tradicional viaje en barco y por supuesto “vitrinear”.
Finalmente, llegamos a destino y por supuesto que lo primero que hice fue tratar de ubicar al destinatario de tan valioso cargamento. Debo reconocer que solo mi ingenuidad hizo me dedicara al “contrabando” de paltas, pero por otro lado reconozco que volvería a hacerlo. Surgió una amistad profunda que ha trascendido geografías, bemoles y revoluciones sociales e interiores.
Un día domingo, en plena clandestinidad en los años 80, fui a comprar el diario y de repente mis ojos se detuvieron en un suplemento. Quedé atrapada por su portada: el valle del Elqui de fondo y un joven rubio, de túnica blanca, de pelo muy largo, con sus ojos azules mirando la eternidad. Me interesaban las noticias políticas, sin embargo no lograba concentrarme en ver los titulares de los otros diarios. Seguía pensando en la foto me recordaba tanto a mi amigo Joaquín, pero el Juaco usaba el pelo corto, se vestía formalmente y, por otro lado, yo a él lo hacía a miles de kilómetros de nuestro chilito. La curiosidad pudo más y finalmente compré el diario (una de las pocas veces que he comprado LUN). Llegué al lugar en el que estaba viviendo, ávida por leer el suplemento, pues si no estaba alucinando era mí amigo, el de las paltas, el del violín, el joven socialista de Moscú. Me devoré el artículo, supe de su nueva filosofía de vida y lo más importante: en los próximos días daría un concierto con Roberto Bravo en el Teatro Oriente. En sala, miraba a los asistentes y me sentía distante de ese mundo. Fue un bello concierto, y al término el reencuentro el abrazo profundo de dos amigos que no se han visto durante años. Me tomó la mano y dijo: “Vamos, ahora no te escapas tan fácilmente”. Partí de arroz graneado. Era un encuentro entre amigos después del concierto. Recuerdo que estaban Roberto Bravo, Sonia Viveros, Eduardo Yáñez y mucha más gente, que no conocía. No tengo claro en qué momento me sentí más en corral ajeno: en la reunión o en el concierto.
Bajo un guindo el tiempo se detuvo. Habían pasado muchas cosas desde nuestro último encuentro. Yo, con mi forma de ver la vida tan ortodoxa, inflexible e intolerante con todo aquello que se alejara de mi ideario, buscaba a mi amigo y compañero de tantas jornadas, en mi estupidez no me contuve y pregunté: “¿Qué te pasó?” Sus azules ojos se clavaron en los míos y en un tono pausado y solemne dijo: “Primero, tomé whisky; luego, vodka, y ahora… bebo agua”. Sonrió y su rostro se iluminó.
El 84 luego de largos meses de asilo en la embajada de Costa Rica (será para otra historia) finalmente el régimen anunció que me otorgaba el salvoconducto. Ya se habían ido los asilados de la Nunciatura apostólica y cerca de un mes fui la única asilada en Chile, en tiempos donde además muchos estaban lentamente retornando al país. Horas antes que me sacaran de la embajada, en el lugar donde estaba esperando para salir con destino al nuevo exilio, se abre una puerta e ingresa mi amigo Joakin, con su eterna sonrisa y ese mar de dulzura. Había conseguido con Naciones Unidades que le permitieran verme y me traía de regalo unos chocolates y unos dólares para el viaje. Pero, por sobre todo me traía algo mucho más preciado y duradero en el tiempo: un abrazo fuerte y profundo transmitiéndome toda la energía necesaria para enfrentar esa nueva etapa.
Pasarían muchos años hasta que volviéramos a reencontrarnos. Sería en Chile, en Santiago, en el restaurante El Huerto. Era el primer gobierno de la Concertación. Su vida transcurría entre el Valle del Elquí y Estados Unidos. Era un compositor de renombre internacional. La CEPAL hizo suyo su himno de la paz. Por primera vez, noté un dejo de tristeza en sus ojos. Se lo comenté y para entender su respuesta tuvieron que pasar alrededor de 18 años. Me dijo: “Me siento atrapado, enjaulado, así deben sentirse las aves en cautiverio”. Para mi era el ser más libre que había conocido, el que había roto los convencionalismos y encauzado su arte de acuerdo a su sentir, y no a lo que se esperaba de él. Por eso, me costaba entender esa respuesta y sólo hoy cuando escribo estas notas en una de sus cabañas de Puclaro, en pleno Valle del Elqui lo entiendo.
Su mirada ya no tiene ese dejo de tristeza. Muy por el contrario, se le ve pleno: su tiempo transcurre entre acordes, versos y bemoles que dan paso a hermosas composiciones. Los días sábados a las 20 hrs., con el Puclaro de escenografía natural, comparte generosamente la belleza de sus composiciones, donde se mezclan el violín, la ocarina, el piano, con un público embelesado, que penetra en los secretos del lago y los misterios del cielo estrellado.
Ese es mi amigo Joakin Bello, el más bello de los bellos. ¿Cómo poder contagiarse con un poco de su valentía, osadía y sacar de la mochila todo aquello innecesario, que no nos gusta, que molesta y que, en muchos casos, nos hace sufrir? ¿Cómo mantener la escencia cuando uno debe seguir viviendo entre cemento, luchando contra la rutina y tratando de vivir el día a día?
3 comentarios:
Qué relato más hermoso. Gracias "Chipita" por estos sorbitos de vida para quienes vivimos atragantados en el deber ser de las cosas, mientras se nos sigue escapando la simpleza de la vida con su cotidianeidad que es la única cosa trascendente.
Bello, bello tu artículo y que quieres que te diga la música de Joakin es de otro planeta, el Valle del Elqui me trastorna y el entorno completo como tu lo describes hace que uno se transporte por otras dimensiones que ván más allá de pensar si era o no era el momento de ir a otra parte..
Así que me quedo en Chilito por ahora y Hurra, hurra, hurra por las PALTAS, VIOLINES, REVOLUCIONES Y OTRAS YERBAS O SIMPLEMENTE MOSCU.
MUY BELLO TU RELATO...ME EMOCIONÓ E HIZO RECORDAR TANTAS COSAS.
UNA DE ELLAS EN LA RESIDENCIA DEL CONSERVATORIO CON NUESTRO COMUN AMIGO SPEEDY GONZALEZ....
YA SABES DONDE ESTOY. AQUI TE ESPERARE PARA CDO. TU VENGAS
Y SERÁ COMO SIEMPRE...UNA FIESTA DE 2 ALMAS QUE SE QUIEREN
XOAKUH
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