Una y otra vez venía a su mente ese encuentro. Era una imagen e historia recurrente. De esos años, en general no acostumbraba a contar muchas cosas, pero cada cierto tiempo a más de alguien le relataba la misma historia:
A comienzo de los 80, caminando por las calles de Santiago iba con un compañero muy concentrados en las labores que debían cumplir y cuidando no tener cola, es decir, que no los siguieran. Diez minutos antes se habían encontrado en el punto convenido. Y pasó lo inesperado, aquello que uno cree que nunca le va a pasar. A otros sí, pero por supuesto, a uno no. Más de alguna vez habían escuchado historias de este tipo… pero a quién no le ha pasado que cuando va a hacer un punto se encuentra con… etc… etc… En esa oportunidad, le tocó a ella.
Una joven, cuyos ojos nunca olvidaría por la emoción y alegría que transmitían, se acercó y le dijo: tú eres fulana, con los dos nombres y los dos apellidos, con una seguridad que no dejaba posibilidad de replicar que estaba equivocada. Ella la miró y, no obstante la emoción, reaccionó enseguida. No, me estás confundiendo. La joven insistió y le contó que había tenido una compañera en el colegio y que eran casi iguales, se parecían tanto, que incluso la voz la tenían parecida. A medida que ella le explicaba que su cara era muy común que siempre la confundían, que lo sentía mucho pero que ella no era la persona que creía, la alegría fue desapareciendo de esos ojos.
Siguió su andar. El compañero, que la miraba de reojo para ver el efecto del encuentro, se preguntaba si sería ese su nombre. La siguió observando, pero el rostro de ella era el de siempre; no revelaba huellas de inquietud, nostalgia o desagrado. No hubo preguntas ni comentario anecdótico: las normas mínimas de seguridad lo impedían. En la incertidumbre de si existiría un minuto siguiente de sus vidas, el encuentro quedó ahí… aparentemente en el olvido, sin importancia.
Pero ella nunca pudo olvidar ese des-encuentro, trataba de recordar cuál de sus compañeras de curso sería, esos ojos abiertos y alegres seguían grabados en su mente. Al contrario, siempre que podía contaba la historia y concluía diciendo: tengo que saber quién era, aunque sea lo último que haga. En algunos momentos de su vida llegó a pensar que la única vez que alguien había expresado tal alegría en sus ojos al encontrarla había sido en esa oportunidad.
En la oficina suena el teléfono. Es María Luisa, una ex compañera de curso con la que después de muchos años se habían encontrado en internet. La plática fluye con facilidad, como si solamente ayer la hubiesen interrumpido. En medio de la conversación, María Luisa le cuenta que las compañeras de curso se han empezado a juntar, que estaban aprovechando las tecnologías de redes para ubicar al máximo posible de ellas. Entre las que se ha contactado está la Cristina Morales, dice al pasar.
A comienzo de los 80, caminando por las calles de Santiago iba con un compañero muy concentrados en las labores que debían cumplir y cuidando no tener cola, es decir, que no los siguieran. Diez minutos antes se habían encontrado en el punto convenido. Y pasó lo inesperado, aquello que uno cree que nunca le va a pasar. A otros sí, pero por supuesto, a uno no. Más de alguna vez habían escuchado historias de este tipo… pero a quién no le ha pasado que cuando va a hacer un punto se encuentra con… etc… etc… En esa oportunidad, le tocó a ella.
Una joven, cuyos ojos nunca olvidaría por la emoción y alegría que transmitían, se acercó y le dijo: tú eres fulana, con los dos nombres y los dos apellidos, con una seguridad que no dejaba posibilidad de replicar que estaba equivocada. Ella la miró y, no obstante la emoción, reaccionó enseguida. No, me estás confundiendo. La joven insistió y le contó que había tenido una compañera en el colegio y que eran casi iguales, se parecían tanto, que incluso la voz la tenían parecida. A medida que ella le explicaba que su cara era muy común que siempre la confundían, que lo sentía mucho pero que ella no era la persona que creía, la alegría fue desapareciendo de esos ojos.
Siguió su andar. El compañero, que la miraba de reojo para ver el efecto del encuentro, se preguntaba si sería ese su nombre. La siguió observando, pero el rostro de ella era el de siempre; no revelaba huellas de inquietud, nostalgia o desagrado. No hubo preguntas ni comentario anecdótico: las normas mínimas de seguridad lo impedían. En la incertidumbre de si existiría un minuto siguiente de sus vidas, el encuentro quedó ahí… aparentemente en el olvido, sin importancia.
Pero ella nunca pudo olvidar ese des-encuentro, trataba de recordar cuál de sus compañeras de curso sería, esos ojos abiertos y alegres seguían grabados en su mente. Al contrario, siempre que podía contaba la historia y concluía diciendo: tengo que saber quién era, aunque sea lo último que haga. En algunos momentos de su vida llegó a pensar que la única vez que alguien había expresado tal alegría en sus ojos al encontrarla había sido en esa oportunidad.
En la oficina suena el teléfono. Es María Luisa, una ex compañera de curso con la que después de muchos años se habían encontrado en internet. La plática fluye con facilidad, como si solamente ayer la hubiesen interrumpido. En medio de la conversación, María Luisa le cuenta que las compañeras de curso se han empezado a juntar, que estaban aprovechando las tecnologías de redes para ubicar al máximo posible de ellas. Entre las que se ha contactado está la Cristina Morales, dice al pasar.
No atinaba a creerlo: era la respuesta a la pregunta que la acompañó durante años. María Luisa le comenta que Cristina contó que en una oportunidad le pareció encontrarla, pero al parecer era otra persona, aunque hasta el día de hoy está con la duda si era ella o no.
Al fin sabía su nombre… Cristina… Ahora podría darle una explicación. Necesitaba verla y explicarle, hacer de Cristina la depositaria de todas las explicaciones para aquellos que sin querer y sin poder no pudimos saludar ni ver en esos largos años de tinieblas.
18 comentarios:
Muy bonito lo que escribe yo creo reconocer esos ojos ,cariños.
Cecilia es un agrado estar recibiendo tus trabajos, son hermosos y profundos por su simpleza y autenticidad.
¡¡¡¡ Gracias!!!!! eres muy generosa....nos transporta al pasado en que los sueños eran muchos......y que decir de esos ojos.....no la mirada es la importante y es de lo que mas ama!!!!!!!!
Muy del alma, es como si yo lo hubiese vivido, que bueno que aún existan personas así, libres
gracias
Zaida
Una vez más nos enseñas tu alma y tus encuentros
gracias
Laura
Cecilia la vida nos da regalos y uno de ellos para mi es reencontrarte.Es que el regozijo y la profunda emocion que causaste al escuchar que ahora estaba siendo un lazo tremendamente importante en la vida de dos seres que tenian guardado en su corazon por años un encuentro lleno de interrogante y de anhelo y sus almas debian juntarse en un gran abrazo que pronto se daran
Compartire contigo todo lo que la vida nos traiga gracias!!!!!!Me encanta tus escritos.
Mª Luisa
hermosa vivencia y mejor escrita
simplemente gracias por compartir tus pensamientos...
gracias querida Ceci...
Algunas veces personas tan cercanas tengan habilidades que quizas ni ellas mismas la conozcan, es por este motivo, aunque por mi parte siempre lo supe, que la habilidad de las letras, de los relatos, era netamente familiar y que venía de los suarez.
Quizas no es el fragmento oportuno para decir y pedir perdon por errores cometidos que solo tu y yo sabemos. Pero es el momento oportuno de demostrarte mi gratitud y mi verguenza por los hechos ocurridos.
Es por eso que te pido que todo lo que hablamos en las vacaciones y lo que te prometi en año nuevo tengas certeza de que lo hare y que mi amor hacia tu es puro e intocable, y te pido porfavor jamas dudes de eso.
te escribe una hija que te ama de lo mas profundo de su corazon y que esos ojos que pusiste ahí volvian a brillar sabiendo que eras tu la que estaba a su lado. Gracias.....
El poder de las letras, el poder de la palabra. El poder del amor, el poder de la comunicación, el poder del encuentro. El poder del desamor, el poder del desencuentro. Esto y mucho mas es la vida misma. Las madres , las hijas, las amigas, las compañeras, las abuelas y las enemigs. junto a LOS, somos las y los vivientes. El relato me hizo llorar, me llevó a mi propio relato, al dolor de la ausencia, a la alegría de la presencia..... Me recordó el amor que poníamos a la acción, la pasión que teníamos por la causa. Gracias Cecilia por esta producción o feliz reproducción.
Compañera Cecilia, muy bonitos sus cuentos,entre los recuerdos y la nostalgia, lo churrascos degustados en ese boliche de arrabal, en esos difíciles momentos, ¿no serán fuente de su inspiración, algún día para sus narraciones?
Un abrazo
Hola Ceci
Tus relatos me emocionan, me llevan al recuerdo; también me traen dulzura, esa del "Dulce Abismo" que muchas veces tuvimos que poner cuando nos alejamos por hacer lo que debíamos.
Quien sabe cuántos y cuántas veces, caminando por las calles de Santiago, tuvimos ese diálogo interno entre la racionalidad de pasar desapercibidos y el deseo inmenso de abrazar la mirada de la compañera que venía.
Así sabíamos que no había ausencia para el "dulce abismo"
gracias cecilia
tus cuentos o relatos hacen revivir muchos momentos especiales,que hermoso como escribes, que tonta soy, las lagrimas corren por mis mejillas.
Seguire tus pasos ceci, intentaré escribir aquellos momenos más significaivos de aquellos tiempos.
mil gracias
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