Entre tantas cosas que me llamaron la atención cuando llegamos a Moscú en marzo de 1974, hubo una cuyo significado hasta el día de hoy no termina de maravillarme y que marcó la vida de nuestros ancestros y las actuales generaciones. Al parecer, aún no logramos dimensionar los cambios sociales que trae consigo. Me refiero a algo tan simple como el ábaco.
En todos los negocios, tiendas, mercados, y restaurantes al llegar el momento de pagar, manos ágiles se desplazaban de derecha a izquierda y, ante mis ojos, magia pura desentrañaba los secretos del cálculo.
Fue ahí donde conocí el ábaco, el instrumento más antiguo para contar, cuyo origen se atribuye a babilonios y chinos (1.300 a.c). Este artilugio mecánico, utilizado por todos con tanta familiaridad en pleno siglo XX, revolucionó en su momento la técnica de contar y permitió al hombre realizar operaciones matemáticas con varias cifras. Si el ábaco tuviese un programa, seguramente lo llamaríamos computador. Mundialmente menos conocido, es el Nepohualtzitzin, una invención de los mexicas confeccionada con madera, hilos y granos de maíz: la “computadora azteca”
Debo admitir que nunca aprendí a usar el ábaco. Por lo visto, en castigo, tuve que lidiar en la Universidad con el FORTRAN IV, programa del cual solamente recuerdo que se clasificaba en sentencias de dos grupos: ejecutables y no ejecutables. Y, claro, que sin el comando “ifort” todos los esfuerzos “intelectuales” se iban al tacho de la basura. No había interfase.
En todos los negocios, tiendas, mercados, y restaurantes al llegar el momento de pagar, manos ágiles se desplazaban de derecha a izquierda y, ante mis ojos, magia pura desentrañaba los secretos del cálculo.
Fue ahí donde conocí el ábaco, el instrumento más antiguo para contar, cuyo origen se atribuye a babilonios y chinos (1.300 a.c). Este artilugio mecánico, utilizado por todos con tanta familiaridad en pleno siglo XX, revolucionó en su momento la técnica de contar y permitió al hombre realizar operaciones matemáticas con varias cifras. Si el ábaco tuviese un programa, seguramente lo llamaríamos computador. Mundialmente menos conocido, es el Nepohualtzitzin, una invención de los mexicas confeccionada con madera, hilos y granos de maíz: la “computadora azteca”
Debo admitir que nunca aprendí a usar el ábaco. Por lo visto, en castigo, tuve que lidiar en la Universidad con el FORTRAN IV, programa del cual solamente recuerdo que se clasificaba en sentencias de dos grupos: ejecutables y no ejecutables. Y, claro, que sin el comando “ifort” todos los esfuerzos “intelectuales” se iban al tacho de la basura. No había interfase.
Todos estos recuerdos vienen a mi mente en estos días, cuando mi padre hubiera cumplido 77 años. En su cumpleaños recibía la visitas de sus amigos. Las celebraciones y las muestras de cariño eran acompañadas, como dios manda, del tradicional “regalo familiar”. Un gran tema que pudiera ser de fácil resolución con un poco de imaginación en un mundo donde la oferta es tan amplia y para todos los gustos… jugando con la imaginación, vamos viendo: un buen libro, siempre esta bien visto como regalo (por ejemplo “Portales. Una falsificación histórica”, de Sergio Villalobos) si es que no lo hubiera leído, cosa difícil. Otra opción, una buena selección de tangos, su música favorita. No sería mala idea: la última versión masterizada de Gardel para acompañar su colección de vinilos, cassettes y CD.
Hombre de gustos sencillos, pero visionario y muy moderno, la elección finalmente habría recaído en algún complemento para su PC. Aunque no lo crean, su cercanía con el PC era muy grande. Con los dos: con el personal computer y con el Partido Comunista.
Cuando autorizaron a mi padre a regresar a Chile, una de las primeras cosas que hizo el año 89 fue comprarse un computador. No recuerdo la marca ni el modelo, pero sí que era uno con dos diqueteras 5 ¼ y una impresora de papel continuo. Con paciencia y dedicación se dejó seducir por la nueva tecnología, aprendió por su cuenta a trabajar con el sistema operativo y con el programa WordStar. A medida que la tecnología avanzaba y sus recursos se lo permitían, iba mejorando su equipo. Fue un gran momento cuando le puso disco duro, y ¡qué decir cuando quedaron en el pasado los comandos de WordStar e irrumpió el maravilloso Word Perfect!
Con mi hermano Bernardo, se ha transformado en un lugar común decir: cómo disfrutaría el viejo con Internet. Cerramos nuestros ojos y vemos los de él brillar por su encantamiento y fascinación de las tecnologías y las comunicaciones. No tengo la menor duda que se pasaría todo el día navegando, actualizando a diario su blog, chateando con medio mundo (literalmente) y, por supuesto, que tendría Facebook.
La irrupción de la revolución tecnológica en la sociedad, y de forma muy particular de las tecnologías de la información y la comunicación no lo hubieran sorprendido y seguramente estaría discutiendo en el Partido Socialista la necesidad de utilizar estos instrumentos para asegurar la participación ciudadana en las políticas públicas.
Lo imagino de tantas formas enriqueciendo nuestras vidas… y de repente aterrizo bruscamente a nuestra realidad y veo en la televisión al actual Secretario General de Gobierno, que no usa agenda ni computador y que se define como analfabeto tecnológico.
En las antípodas, el presidente de Rusia amenaza con despedir a los funcionarios que no sepan usar el computador….
6 comentarios:
Querida amiga :
Leo todas tus notas. Esta me parece estupenda. A propósito de tangos y Jaime, me hiciste recordar nuestros encuentros en Baires con él, los cafecitos, las conversas hasta tarde.¿cuándo crestras terminará esta polìtica de mentira de nuestros días?.
Saludos,
Eduardo
Tengo un ábaco en mi casa, siempre fueron un misterio, en centroamérica conocí otro método de llevar cuentas, los indigenas aún usaban por los 78 unas cuerdas con nudos, los ví en mercados y aldeas en Guatemala.
Ni que decir la regla de cálculo, qué pesadilla, mi nieta que aún no sabe leer, quiere un PC, para instalar en "su oficina" (ex casa de muñecas) contratará a alguien para que enseñe lo que no sabemos a través de él.
Me encanta leerte
Laura
Qué buen final
Que buen final y... que horrible final!!!
Que alguien le diga a Vidal que la virtud es la sencillez y no la simpleza,
Estimada Cecilia: Gran emoción me dió tu recuerdo de Jaime, con quién compartí un momento muy importante para mí: la designación como Subsecretario de O.O.P.P. en Noviembre de 1970, me fué comunicada por él en su despacho.
Posteriormente fuimos colegas de gabinete, yo en Tierras y Colonización.
También recuerdo el tremendo reto que me dió cuando viajando a Talca en medio de un gran temporal, porque yo manejaba a gran velocidad. Conste que él iba en
otro auto; hasta hoy le reconozco su preocupación humana por mí. Sus
condiciones personales, de alegría de vivir, de carácter, todas las he atesorado, como referentes de vida. La station wagon café que él usó como Secretario General de Gobierno se la presté yo, de los vehículos de la Subsecretaría, siempre me hacía bromas por eso. Esta noche vengo llegando de
la Universidad, en calidad de estudiante, a mis 68 años, para encontrarme con los recuerdos de un amigo que admiro y es parte de mis afectos. Tuve la fortuna de conocer y departir con Jaime. Un brazo, como si se lo diera a él.
Roberto Cuéllar Bermal.
s
Publicar un comentario